Cuentan una historia a propósito de un conejo y un tigre. Un día, el tigre le dijo al conejo: “Te comeré, no importa dónde te encuentre”.
El conejo estaba sentado. El tío tigre se encontró con el conejo en el camino. “Conejo, ahora te agarraré y te comeré”, le dijo el tigre. “No, no, no me comas”.
Le dijo: “No me comas”, le repitió: “No me comas ahorita, encontré aquí un gran rollo de queso”.
“Es como un gran queso redondo”, agregó el conejo.
“Lo sacaré. Como tú eres grande, ven a ayudarme”, le dijo el conejo. “Vaciemos el agua, lo agarramos y nos lo comeremos”, continuó el conejo.
“¿Dónde está?”, preguntó el tigre. El conejo lo llevó, lo que vio era la luna en todo su esplendor. El conejo había llevado al tigre a la orilla del río. Pero fue la imagen de la luna lo que vio como un queso redondo.
“Agarremos el queso y nos lo comemos”. “Entonces, ayúdame, toma agua, sequemos el río”, le dijo el conejo. ¡Sí, así es! “Lo sacamos del agua y nos lo comemos”, le dijo el tigre. Bebieron, bebieron y bebieron. El conejo no bebió porque le estaba mintiendo.
El señor tigre, de tanto beber, tuvo que sacar toda el agua. Todo se le salió por la cola. ¡Ah mi tío tigre! “¿Qué te pasa tío tigre?”, le dijo el conejo.
El conejo se fue, agarró una hoja de chichicaste y la trajo. Así le hizo el conejo, se la embarró al tigre en el trasero y se lo tapó. Le tapó el ano. “Ah, ¿con qué lo haces? me pica”, gritó el tigre.
“No, tienes un animal, lo quiero matar”, le dijo el conejo. “Usted me está engañando”, le dijo el tigre.
“Anda, no te preocupes, voy a la montaña a buscar un palo. Tú, sigue bebiendo”, le ordenó el conejo. “Iré a la montaña a traer un palo para taparte el hoyo, para que no se te salga el agua”, le dijo el conejo.
No le trajo un palo sino una espina y se la clavó. “¿Ah, qué me clavaste? ¿Ah, qué me clavaste? Tú eres malo”, le dijo el tigre al conejo.
“Eres un malhechor”, le dijo el tigre.
“No te muevas, tengo que irme otra vez”, le dijo el conejo.
“Tú sólo sigue bebiendo, tú sólo sigue bebiendo, nada más sigue bebiendo”, le repitió el conejo. El conejo se fue, anduvo de aquí para allá, se perdió y nunca volvió.
Luego, al otro día, el tigre fue a buscar al conejo. “Hoy, tú aquí, te agarraré, te comeré; te comeré porque ayer me mentiste, porque me lastimaste”, dijo el tigre. El conejo hizo como que sostenía una piedra que estaba ahí.
“Ahora, tío tigre”, le dijo el conejo “ahora estoy sosteniendo esta piedra. Ya estoy cansado, si la dejo caer, esta tierra será destruida”, le dijo el conejo, “caerá, y nos matará a todos”.
“Todo se perderá, ayúdame, ven a agarrarla”, le dijo el conejo al tigre, “porque tú tienes más fuerza”.
Lo convenció, el tigre se puso ahí y agarró la piedra. “Sosténgala bien, ahorita regreso”, prometió el conejo. “Como ya estuve aquí desde hace rato, tengo que hacer pipí, me voy”, dijo el conejo. yã.
Se fue y no volvió. Lo abandonó, le mintió, el conejo se perdió
Desde entonces el tigre se quedó allá, ahí permanece. Ahí se quedó para siempre.

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©Mexico, 2019 - ISBN 978-2-11-155554-9